Otra vez leemos y escuchamos la declaración de guerra a nuestras existencias y a nuestras luchas por parte del señor que nos gobierna y habla con perros muertos. Y, otra vez, el debate: pensar qué salimos a decir, qué marca la agenda, el “no hay que apurarse”, que es urgente, que no va a poder, que hay otra base social. dudamos. Al final, qué hacer. Hay momentos, espacios-tiempos, donde una línea se traza en la arena y hay que levantar el pie y elegir de qué lado ponerlo.
Otra vez leemos y escuchamos la declaración de guerra a nuestras existencias y a nuestras luchas por parte del señor que nos gobierna y habla con perros muertos. Y, otra vez, el debate: pensar qué salimos a decir, qué marca la agenda, el “no hay que apurarse”, que es urgente, que no va a poder, que hay otra base social. dudamos. Al final, qué hacer. Hay momentos, espacios-tiempos, donde una línea se traza en la arena y hay que levantar el pie y elegir de qué lado ponerlo.
Mientras tanto, se reproducen gestos, hechos y los discursos que emanan odio, y se los llaman “polémicos”, como si pudieran dar lugar a un intercambio de opiniones, como si fuera algo ligero tal como argumentar las bondades del membrillo sobre la batata en las pastafrolas. Los odios están sueltos y están al servicio de quienes quieren concentrar la riqueza; el foco está ahí. ¿Qué importa si somos zurdos, o putos, o ñoquis? Bastará con que alguien señale lo que nos identifica para que puedan maltratarnos, insultarnos, dañarnos. Pero el silencio no nos va a proteger, y a vos, que no sos nada de eso, tampoco.
Al construir un enemigo, no sólo se pone un blanco en la espalda a quienes se oponen y luchan, sino callan a quienes teman ser confundidos. Va un ejemplo: se caracterizó a las brujas, para reconocerlas, por el cabello colorado, con lunares o marcas de nacimiento, propietarias, con gatos como mascotas. Casi cualquiera entraba en alguna de esas categorías, porque el término “brujas” se volvió paraguas para albergar la persecución y el disciplinamiento.
Actualmente, decir ‘progre’ parece ser lo mismo. Sinónimo de kirchnerista, de zurdo, de feminista, de docente, de jubilado, de médico y así hasta abarcarlo todo. Todo lo que diga no a este sistema horrible de crueldad y despojo. Así que, amigo, amiga, amigue: ésta es tu línea en la arena. De este lado, del nosotros/nosotras/nosotres, aunque no lo creas, estás vos. A menos que acuerdes que bajar la inflación a cambio de nuestras vidas es un precio bajo a pagar. En ese caso, subí esa bandera con claridad, como el presidente, para que sepamos quienes somos y qué sueños tenemos. Porque declarada la guerra, no queda otra que reconocer los bandos. Si no querían que luchemos, no nos hubieran puesto un uniforme, decía Margaret Atwood en la voz de la protagonista de El cuento de la criada. Nuestro uniforme es la bandera del arcoíris; los pañuelos (blanco, verde, violeta); las manos de las amigas; los jubilados con la mínima; las docentes que acompañan infancias abusadas por familias heterosexuales; los médicos haciendo RCP; las cocineras en los merenderos; les que viven de la venta del cartón.
Con todo esto, no quiere decir que no tengamos miedo. Si, miedo. Hace bastante que venimos discutiendo sobre ese concepto. Que las mujeres, las tortas, las travas, los putos sentimos el miedo, no es una novedad. El miedo para nosotras/es ha sido alerta, protección y organización. Es una reacción que pasa por nuestros cuerpos al escuchar las declaraciones del presidente que nuestro pueblo votó, en consonancia con los líderes ultraderechistas de las potencias mundiales. No seríamos personas humanas si no lo sintiéramos, pero, además, seríamos gente tonta si no las tomáramos como lo que son: insultos y amenazas. Gritan “pedófilas, tiemblen zurdos, abusadoras”, prohíben canciones, niegan nuestras existencias. Decir que no tenemos miedo sería mentir, sería otra práctica patriarcal de negación de esto que somos, seres integrales de cuerpo cabeza y corazón.
Algunes dirán que somos la distracción mientras rifan nuestros recursos naturales, nos endeudan, entregan a les pibes al consumo y al poder de los narcos. Nosotras pensamos otra cosa: los feminismos y nosotras, sus sujetas políticas, disputamos poder, irrumpimos en este sistema y peleamos por una libertad que nada tiene que ver con el libre mercado y el sálvese quien pueda. Somos un obstáculo, y a su vez, un enemigo que ha tenido alianzas estratégicas e históricas. La idea de batalla cultural nos queda corta, los discursos y acciones que estamos viviendo son texto de un proyecto que, aunque suene fuerte, tiene componentes fascistas y neonazis, ¿o acaso no hay consecuencias de que un presidente nos vuelva a ubicar en el lugar de anormalidad, que abiertamente diga que nos perseguirá?
Parece que estamos jugando un truco con una sota y dos sietes falsos. Es difícil encontrar referencias de proyectos que caminen por senderos de justicia. El poder se siente grande e inconmensurable.
Pero miedo sí. Parálisis, jamás. Así vamos de lo chiquito a lo grande, desde cuidar nuestros afectos, hasta no mirar para otro lado frente a la pobreza que sí avanza, de hacer rondas para encontrarnos a analizar la geopolítica. En su intento de sectorizar, resulta que las tortas somos docentes y somos médicas, y también somos jubiladas y cocineras, y los putos también son médicos y también son docentes, y son jubilados y cocineros.
El diagnóstico actual es que nos encontramos en momentos de preguntas y de encuentros, de frenar la pelota y de salir a la cancha, de refundaciones de pactos y de formas. Será momento de mirarnos y reconocernos, de hacer trincheras sin dejar de proyectarnos en una vida con el cuidado en el centro con distribución y producción de la riqueza justa, con colores y sin hambre. Tenemos que inventar una mesa grande alrededor de la cual sentarnos, todos estos sectores, para conversar y darnos cuenta de somos más, que las minorías son ficciones y aunque sea grande y pise fuerte, no nos olvidaremos de nuestras conquistas tan fácilmente.