Aunque la noche estaba inestable y llovía cada tanto, 36 canciones acompañaron el momento. Cada una era el soundtrack de la vida de cada persona que estaba ahí, de tantas edades que no podría hacerse un promedio. Claro que cantó los indiscutibles como Drive My Car, Maybe I’m Amazed, Blackbird, Something, Let it Be, Hey Jude (podría nombrarlas todas), pero también apeló a la memoria al cantar la primera canción que esos cuatro chicos de Liverpool grabaron, In Spite of All the Danger, y la última canción lanzada por los Beatles, Now and Then, un momento por demás emotivo.
Fanáticos disfrazados, con remeras temáticas, probablemente con su ropa más especial; cantaban cada canción, lloraban (claro que lloré, y muchas más gotas de lo que llovió), y hasta reían con los intentos de Paul para hablar en argento-cordobés al nombrar al cuarteto, al fernet y decir “¿Dónde están los culiao’?”, “Buenardo”, “Los vagos” y “Las chichises”.
Podría estar hablando horas y horas de los Beatles, de cada uno, y, obviamente, de mi favorito, Paul. Pero tengo que confesar algo: esta vez, como redactora, estoy sin palabras. No sé qué escribir sobre mis sensaciones. No sé si todavía no procesé todo lo que sucedió, si me quedé muda de voz y pensamientos de tanto cantar, o si tengo alteraciones del estado mental, taquicardia, hipotensión (básicamente, el estado de shock). Tal vez todo eso junto. Por eso, prefiero que, para terminar, la canción Magic de este alumbrador de generaciones, hable por mi:
Under what holy spell?
Nature`s mother knew it
Only too well
She reached out her fingers
To point at the sky
Leaving me helpless
Not knowing why
And this is the hour
That they turn out the light
Nothing but memories
Burning so bright
(…)
There must have been magic
The night that we met
If I hadn’t stopped you
I`d always regret
There must have been magic
There must have been magic
There must have been magic
The night that we met