Amigos muertos

La serie Cromañón removió heridas. Sobre todo a una comunidad herida que sigue exigiendo justicia. Rocanroles sin destino, una generación víctima, bandas muertas, amigos muertos. El arte argentino, una vez más, nos incomoda, emociona y exige debate y sobre todo memoria.

Diseño: Brian Panizza

Hay muchas posibilidades de que hayas cantado a los gritos los poemas musicales de Callejeros. Seguramente hayas escrito algunas de esas frases en tu casa, en la calle, en un cuaderno, o en Facebook. Algún amigo, amiga, hermano o hermana te ha mostrado por primera vez la banda que nos ha llenado un poquito el corazón.

 
Al igual que aquellos que hemos dedicado lágrimas, sonrisas y voz a Callejeros, las víctimas de la masacre de Cromañón el 30 de diciembre de 2004 también. 
 
Dos días antes de año nuevo, la banda que encabezaba el “Pato” Fontanet, presentaba su tercer álbum Rocanroles sin destino. La tribu rollinga en Argentina ya estaba consolidada, siendo una de las más grandes de América Latina. Miles de pibes y pibas a lo largo del país movían la tierra con sus pogos, nutrían la movida cultural y musical del rock como bandera.
 
Callejeros venía de hacer dos shows anteriores en Cromañón, un boliche en el barrio porteño Once, que no escatimaba en coimas para seguir habilitados, pese a las pésimas condiciones edilicias y de seguridad del local. Las múltiples infracciones deliberadamente ignoradas, se le sumaron a una problemática que se venía viendo en los públicos futbolizados del rock: las bengalas. Un elemento que al igual que las banderas, y los pogos, formaban parte de la hinchada. 
 
Esa noche, en Cromañón ingresaron más de 3500 personas, muy por encima del máximo de 1031 habilitado por el Gobierno porteño de Aníbal Ibarra. En ese tumulto de gente, Pato Fontanet le pidió a su público que se porten bien, que no enciendan las bengalas.

La banda comenzó con Distinto, el primer tema del álbum, en el show todos comenzaron a cantar 

 

A consumirme, a incendiarme, a reír sin preocuparme

Hoy vine hasta acá

A tapar mi ingenuidad con un poco más que sal

Me quiero quedar

 

Faltaron segundos para que la bengala que habían prendido –a pesar de las advertencias del Pato– comience un incendio que invadió todo el techo del boliche. La luz se había cortado y el humo comenzó a intoxicar los pulmones de todos los pibes.

 

Rocanroles sin destino: al rock lo mataron

 

Este hecho dejó un saldo de 194 muertos y 1432 heridos. Se estima que entre el 30% y el 40% de las muertes fueron a causa de volver a entrar por buscar a sus cercanos o desconocidos. Además de las personas fallecidas por la tardanza e ineficiencia del sistema de salud, también debemos recordar los suicidios de quienes no aguantaron haber vivido esta tragedia que se podría haber evitado.


Las víctimas no sólo son aquellos pibas y pibes heridos y muertos esa noche, son víctimas también los y las sobrevivientes que pudieron luchar para seguir con sus vidas al igual que todos los familiares. También fue víctima toda una generación.

Las consecuencias del último show en Cromañón no sólo quedaron en esa masacre. A partir de la tragedia, las bandas de rock emergentes iniciaron un camino de declive al no tener espacios físicos para tocar. Debido a las inspecciones como manotazo de ahogado, clausuraron la mayoría de los lugares donde tocaban las bandas de la cultura rollinga.


La falta de lugares para compartir, el juzgamiento de la sociedad y los medios de comunicación hacia los pibes y pibas, la falta de respuestas políticas, y la deficiencia y corrupción del Estado mataron la llama de esa cultura jóven, rebelde y popular.

 

Una lucha generacional

Pasaron 20 años de uno de los hechos más crudos para la historia del rock argentino. Una pesadilla que nos hace pensar que le podría haber pasado a cualquiera. Es inevitable preguntarnos qué sería de nosotres si nuestras amistades, familia y amores hubiesen estado allí. Generaciones nuevas han surgido y lo único que se sostiene por peso propio en la historia de nuestro país es una cosa: la memoria.  Del pasado debemos aprender y de eso se trata ejercitar la memoria.Y acá surge la pregunta inevitable ¿esta serie contribuye a eso?

 

La serie de Cromañón: ¿Sí o no?

Male es una piba del conurbano más, atiende un kiosco, toca la guitarra, tiene un grupo de amigos y un triángulo amoroso. La piba que fue rolinga, es el personaje principal de esta serie de Amazon Prime dirigida por la chilena Marialy Rivas y la argentina Fabiana Tiscornia. 

 

Algunas de las críticas más contundentes fueron de parte de la agrupación de sobrevivientes de Cromañón, porque la serie toca una herida que no ha sanado. Muchos sobrevivientes tomaron una postura de rechazo ya que según ellos, ganar guita a través de un hecho tan trágico, es cuestionable. Críticas hubo miles; que no se enfatiza en la responsabilidad del Estado o que Omar Chabán, el entonces gerente de Cromañón, aparece muy ligeramente. 

 

Otra polémica fue el soundtrack de la serie, ya que debido a los derechos de autor denegados por parte de Callejeros, la musicalización de la serie tuvo que optar por otros artistas. Este soundtrack, con algunos aciertos, no nos sumerge en la época, se percibe un error de verosimilitud que tal vez sea buscado para atraer otro público que no es el rollinga. Un pop rock que nada tiene que ver con un reflejo realista de la historia que se está contando. Al igual que la música, el trabajo estético también contienen un lavado de la identidad, pero el arte siempre incomoda y la ficción es eso: ficción. 

 

La serie transcurre en dos tiempos, antes y después de la tragedia. Los protagonistas son de Villa Celina y por ende la cuestión de clase se ve muy marcada. Es para destacar la perspectiva central de las pibas, de cómo a las minas les costaba mucho más esa época: la protagonista siendo exigida el doble para entrar a la banda de sus amigos, los trabajos precarizados a los que las pibas podían acceder, la misoginia que se manifiesta en casi todos los personajes masculinos de la serie manifiesta una serie de decisiones políticas de parte de las directoras. 

 

Una ficción necesaria 

Más allá de las críticas, la producción audiovisual no intenta ser documental. El arte no necesita ser fiel a los hechos, el arte nos debe hacer sentir. Si bien el trabajo estético de la serie tiene algunos errores al intentar recomponer una época tan icónica en Argentina, el enfoque no promete ser un fiel reflejo de la realidad. 

 

Cromañón nos transmite la nostalgia de una época en la que los pibes y pibas eran felices siendo unos “crotos”, haciendo ranchadas con colchones en la vereda, escuchando bandas de rock barriales. Nos remite el recuerdo que anhelamos de miles de gurises yendo a recitales a escuchar bandas que cantan a lo prohibido, a querer creer, querer ser la revancha de quienes la pelean de abajo, de querer jugar otro juego donde la gente de mierda esté muerta y los buenos vivos. 

 

Cromañón es una serie necesaria como toda pieza artística que mantenga viva la memoria de nuestro pueblo. Que muestre a las nuevas generaciones que estos hechos no pueden volver a ocurrir, que el Estado debe cuidarnos, al igual que los ámbitos culturales a los cuales asistimos. 

 

El mensaje, es un ejercicio de memoria, un pedido de justicia. 

 

Porque al fin y al cabo lo que nos mata es la corrupción, la negligencia y la desprotección al pueblo, a nosotros, los jóvenes. La música no mata, nos da vida.