la buena felicidad dicen que no se nota

Diseño: Brian Panizza

De nuestros miedos
nacen nuestros corajes
y en nuestras dudas
viven nuestras certezas.
Los sueños anuncian
otra realidad posible
y los delirios otra razón.

 

| Eduardo Galeano

¿Cómo ser feliz en tiempos en que la libertad avanza? Las recetas mágicas no existen. La felicidad no la garantiza la autodisciplina para ser un buen inversor; tampoco la garantiza el dinero, porque hay mucha gente con plata pero pocos que realmente disfruten y a su vez hay otros tantos que en la simpleza se llenan de tanta felicidad que contagia.

 

En tiempos de crisis, donde todos estamos abrumados y la realidad nos pasa por encima, casi que es una descripción de vivir en un país que todo el tiempo está convulsionado y que aquellos momentos de calma se sienten extraños, como si estuviese pasando algo que no vemos o está a punto de suceder.

 

Basta con sentarse en cualquier plaza de Paraná o cualquier otra y mirar a la gente para darse cuenta, al menos de forma rápida, cómo se sienten y en qué piensan; o mejor dicho en qué no piensan. Porque estoy seguro de que ninguno está pensando “que excelente situación la que vive el país” o “que felicidad me da que Trump gane las elecciones”.

 

Veo sus caras y, en su mayoría, veo enojo, ansiedad, prisa, incertidumbre, a veces miedo. Pero todo depende del punto de vista; en la misma plaza hay personas riendo, tomando mates, estudiando, jugando. Entonces, ¿todos estamos realmente mal o solo vemos en la gente un reflejo de cómo nos sentimos?

 

En medio de este delirio hay un debate constante que puede parecer filosófico pero es parte de la cotidianeidad de todo el mundo. La pregunta por la felicidad y su rol es determinante, porque cada persona le da un lugar distinto en el orden de sus prioridades, pero no existe persona que no esté atravesada por estas contradicciones que a veces se vuelven difíciles de administrar.

 

Me gusta indagar religiones y cosmovisiones distintas. Siempre me llamó mucho la atención el budismo y su noción de cómo alcanzar el estado de bienestar pleno, el nirvana. El budismo dice que el deseo es la raíz del sufrimiento y, en consecuencia, quienes se consideran budistas obran buscando las formas que anulen el deseo para alcanzar el nirvana. Estoy resumiendo una cultura milenaria en una frase bastante simplista, pero para entender la lógica sirve. Solo liberados del deseo podríamos pasar a un estado del ser donde ya no seríamos nosotros mismos sino almas libres de deseo e incluso de nuestro propio cuerpo.

 

Pero, ¿es la felicidad un estado de ausencia de deseo? Porque el deseo es, a su vez, causante de infelicidad, porque el deseo implica algo que, en general, no tengo o deseo sentir justamente.

 

No se mucho de psicología, solo se un poquito de todo y a la vez nada en profundidad, pero hace poco, también debatiendo sobre el deseo y la felicidad, alguien me decía que, según Lacan, el hombre goza de desear, de ahí la necesidad de mantener el deseo insatisfecho.


Si bien el deseo es siempre insatisfecho, porque si no, no sería deseo, es también lo que nos permite soñar, proyectar, hacer arte, amar. El deseo es motor de vida, el deseo es felicidad, también es tristeza a veces, pero es felicidad.

 

¿Cómo hacer entonces para que, en medio de tanto quilombo, podamos encontrar ese equilibrio entre deseo y felicidad? Sabemos que las dificultades están, están siempre, ahora más que nunca, pero también sabemos que no hay un solo camino. Ante la adversidad podemos elegir intentar ser felices agarrándonos de lo que podemos, de esas pequeñas cosas, mientras vamos caminando aquellas grandes, sabiendo que en el medio va a haber tristezas, porque son tiempos difíciles. La otra opción, o una de tantas, es tomar el camino del budismo y alejarse de todo deseo para alcanzar la felicidad y el bienestar de otra manera. Obviamente que esto requeriría de un trabajo cultural y social al que no estamos acostumbrados y que los contextos son otros. Solo lo utilizo como ejemplo de una forma de enfrentar los desafíos que se nos presentan; podemos simplemente optar por no esperar nada y así nada nos va a defraudar. En este caso, nada nos va a hacer sufrir pero tampoco emocionar, y vale decir que somos un país muy atravesado por nuestra forma de sentir y emocionarnos. Queda en cada uno de ustedes.

 

De nuevo es una cuestión de decisión, aunque no exclusivamente. Hay cuestiones concretas que obviamente afectan: tener o no tener trabajo es un factor determinante que impacta en el bienestar de las personas. Pero en un país con 55% de pobreza, altos niveles de desempleo y de precarización, también tenemos la capacidad, el derecho y a veces el privilegio de festejar que un pibito de 20 años corre en la Fórmula 1, o que el finde juega la selección. Yo, argentino.